Si fuese arquero de fútbol, podría decirse que Juan Manzur cambió de vestimenta. Porque hasta aquí parecía cultor de la mitad de los porteros que adhiere a la teoría que dicta que deben salir a la cancha de gris para pasar desapercibidos y no ser referencia de los delanteros. Alejandro Saccone lo entendía así y parecía que el gobernador también.
Pero ahora aparentemente se transformó en seguidor del célebre y fluorescente Petr Cech, cultor de la estrategia de vestirse con colores llamativos para que los delanteros le apunten al pecho. Manzur se exhibe en el centro de los tres palos y los artilleros lo observan claramente. Por eso le vienen pateando al cuerpo.
Su decisión de armar un gran acto para el 17 de octubre lo retiró de aquel lugar apacible del buzo gris y lo puso en uno de amarillo chillón. Algunos atribuyen su cambio de carácter al enojo que le provocó la negativa de sus pares Juan Schiaretti y Juan Urtubey de sentarlo en la mesa de la foto junto a Sergio Massa y Miguel Pichetto. Otros a la necesidad de mostrarle a José Alperovich que sus brazos son largos y cubren todo el arco sin necesidad de la barrera de su antecesor. Por ello armó el acto de la mano del sector que mejor conoce: el del sindicalismo que abrazó en sus épocas de ministro de Salud de la Nación.
Rápido de reflejos, Luis Barrionuevo comenzó a movilizar a los gremios nacionales cercanos a su estructura. A la movida se sumarían, según charlaron con Manzur en Buenos Aires, los metalúrgicos, los estatales de UPCN, los de José Luis Lingeri (AySA), los de Roberto Fernández (UTA) y los de los líderes Héctor Daer y Carlos Acuña. Todos prometieron movilizar gente al acto tucumano. También comprometieron gente y presencia el santiagueño Gerardo Zamora, la catamarqueña Lucía Corpacci y el sanjuanino Sergio Uñac.
Hasta ahí todo era alegría. La foto comenzó a aparecer borrosa cuando el gobernador empezó a hacerse vistoso. Urtubey fue el primero que avisó que no vendría a Tucumán, con pretextos infantiles, como para dejar bien en claro que su decisión fue política y no de agenda. También se bajó Schiaretti y junto a él gran parte de las 62 Organizaciones Peronistas, que le harán un acto en Córdoba del que también participarían los Moyano. También estaría en el centro del país la cúpula nacional de La Bancaria, pese a que por estas tierras ese gremio apoya y moviliza fuerte para el acto de Manzur.
José Luis Gioja no vendrá y su ausencia se atribuye al peso que aún mantiene el matrimonio Alperovich en el PJ nacional, del cual Beatriz Rojkés es autoridad.
Pero el pelotazo que más le dolió a Manzur fue el que recibió de parte de los intendentes del conurbano, esa zona que siente suya, de la que siempre recibió apoyo y en la que aprendió a hacer política. Los barones de ese peronismo resistente al macrismo dijeron que no vendrán.
Eso pese al impulso de gremios y dirigentes, que llenaron de afiches los municipios convocando a la dirigencia para que viniera a Tucumán el 17. Ni el espaldarazo del padrino Fernando Espinoza parece que logró convencer a la mayoría de los bonaerenses.
Fieles al 30% de intención de voto que exhibe allí Cristina Fernández, resisten la figura del Barrionuevo antiK y del Manzur que pregona ambigüedades en torno a lo que debería ser esa reorganización del peronismo para desbancar a Cambiemos el año próximo.
¿Habrán hablado de eso Alperovich y Cristina en la charla que mantuvieron el miércoles pasado en el Instituto Patria? Al menos no parece casual la sucesión de hechos entre aquella visita y lo que aconteció después. Aquí permanecen incrédulos respecto de esa reunión, tanto los propios discípulos de Unidad Ciudadana como los neomanzuristas.
De la semilla que plantará Manzur dentro de una semana exacta puede germinar el mayor acto peronista de la historia de Tucumán, como él auguró ante los gremialistas locales. O una cizaña que divida a la dirigencia o cree enemigos que hasta aquí el gobernador había logrado evitar. El Día de la Lealtad puede terminar siendo una enorme muestra de amores, pero también de odios.